Hoy vamos a conocer algo más de uno de esos pioneros del aire de principios del siglo XX. Hablamos de Juan de la Cierva, inventor murciano nacido en septiembre de 1895. Desde su infancia mostró gran interés por el fantástico mundo de la aviación. De pequeño disfrutaba realizando maquetas de aparatos voladores. Siendo un adolescente fundó la sociedad BCD, junto a dos amigos, para desarrollar aparatos que fueran capaces de volar. Por fin, en 1912, a la edad de 16 años pudieron presentar su primer prototipo. Se trataba de un biplano, conocido como el “Cangrejo”, por su llamativo color rojo.
En 1919 el Gobierno de España convocó un concurso aeronáutico, en el que nuestro protagonista, con solo 24 años, participó. La experiencia no fue muy positiva, ya que aeroplano de tres motores que presentó se estrelló. Es, en ese momento tan frustrante, cuando nació el autogiro, ya que De la Cierva decidió que tenía que inventar un aparato que fuese más estable y seguro que un avión. Un año patentó su invento y en 1922 lo dio a conocer.
Este primer autogiro, denominado C1, resultó un fracaso, ya que a duras penas se elevó del suelo, pero, lo que para muchos habría supuesto un mazazo, para él significó que sus teorías eran correctas, ya que se levantaba del suelo, ahora sólo quedaba conseguir que se mantuviera. Un año después presentó el C4, que fue capaz de desplazarse cuatro kilómetros, con una altura de 25 metros. Siguió desarrollando su idea, pagándolo todo él mismo con su dinero, hasta que con el C6, fabricado en Madrid consiguió alcanzar los 50 km/h, necesitando únicamente que el aparato se encontrara a 20 km/h para el aterrizaje y despegue. Una de las cosas que más preocupaba a Juan de la Cierva era la seguridad de los aviones, ya que la tragedia era segura si los motores se detenían. Esa fue la razón por la cual ideó un sistema por el cual su autogiro podría aterrizar sin problemas incluso estando el motor parado. Finalmente, cuando el producto estaba casi desarrollado, se encontró que el gobierno español no lo apoyó lo suficiente, teniendo que emigrar a Inglaterra para desarrollar allí su producto. En 1928 el C6 era todo un éxito, llegando incluso a cruzar el Canal de la Mancha.
De la Cierva estaba obsesionado con la seguridad, es por ello que tuvo desavenencias con los directivos de la compañía que desarrollaban el producto, ya que desarrollaba muchos prototipos y ningún modelo final que se pudiera comercializar. Finalmente el modelo C19 comenzó a desarrollarse para su venta, después de una gran gira mundial de presentación, por Francia, Alemania y Japón con la “The Cierva Autogiro Company”. En 1932 terminó de perfeccionar su aparato, apareciendo el C30. Este aparato ya tenía unas condiciones más que interesantes, ya que podía transportar hasta 250 kilos, alcanzar los 160 km/h, “…llegando a despegar al salto y a aterrizar sobre una sábana extendida”. Una de las características más llamativas fue que era capaz de aterrizar en barcos, algo impensable para los aviones de la época. El C30 fue el autogiro más comercializado de todos, vendiéndose en gran cantidad de países del Mundo.
Por desgracia, Juan de la Cierva murió muy joven, en 1936, a los 41 años. Murió en un accidente de avión, irónicamente, después de dedicar su vida a fabricar un aparato que permitiese volar de manera segura. El autogiro cayó en desgracia, eran momentos difíciles para el Mundo, que un par de décadas atrás había salido de la “Gran Guerra”, que sufría las consecuencias del “Crack del 29” y se abocaba a una nueva guerra.
Como curiosidad: Juan de la Cierva llegó a desarrollar hasta 120 prototipos diferentes, estas mejoras ayudaron a que pudiera, entre otras cosas, despegar sin necesidad de pista. En 1946, sus restos fueron trasladados a Madrid y en 1954 se le concedió con carácter póstumo, el título “Conde de la Cierva”. Desde el 2001 el Ministerio de Educación y Ciencia entrega el “Premio Nacional de Investigación Juan de la Cierva”.